Por Sebastián Valdés Lutz, Presidente de ChileAlmonds
Revista El Campo, Diario El Mercurio, Lunes 4 de octubre de 2021
El 21 de noviembre próximo tendremos las elecciones presidenciales de Chile, y una causa que ha sido transversal a todos los candidatos, y no sólo en este proceso, es la protección de las pequeñas y medianas empresas por su rol en la generación de empleos, primordialmente. Nadie podría negar que las pymes generan la mayor cantidad de empleo en el país, con cerca del 53% del total de trabajos remunerados a nivel nacional, y 88% en el caso específico de la agricultura. La pregunta es si esta condición es suficiente para que la autoridad priorice el fomento de creación y desarrollo de pequeñas y medianas empresas en desmedro de las grandes, que representan nada menos que el 80% del PIB.
Sin duda que para el mundo político es seductor incluir en sus programas medidas que apoyen el desarrollo de las pymes. Para la opinión pública, en un mercado con empresas de distinto tamaño, es imposible no empatizar con David en su desigual lucha con el poderoso Goliat, por lo que mira con buenos ojos cualquier medida que permita equilibrar las fuerzas de ambos combatientes. El problema de ello es que, a diferencia del filisteo del antiguo testamento, las grandes empresas chilenas no tienen como único competidor a un delgado y pequeño israelita, sino a poderosas y preparadas empresas de todo el mundo. Al debilitar a las grandes empresas, se daña también la competitividad de Chile.
El éxito de las grandes empresas en el exterior redunda en la apertura de nuevos mercados, accediendo a un universo mucho mayor de consumidores con poder de compra, capturando valor que permite expandir el tamaño del sector, incluyendo enormes beneficios en empleos, contratos para proveedores de productos y servicios, recaudación fiscal, rentabilidad privada, social y medioambiental, entre otros.
Nuestros vecinos del Perú lo entendieron muy bien a fines del siglo pasado, y sin tener garantizado el desarrollo de su industria exportadora hortofrutícola, apostó por sendas inversiones en carreteras hídricas como las de Chira en Piura y de Chavimochic en La Libertad, sumando cerca de 70.000 hectáreas de riego, y mejorando otras 190.000, promoviendo con ello el nacimiento de grandes grupos agroexportadores que en pocos años transformaron al Perú en potencia mundial en espárragos, paltas, uvas y arándanos. Los peruanos entendieron que necesitaban poderosos Goliat para competir y vencer internacionalmente.
Ad portas de conocer las cifras de un nuevo censo agropecuario en Chile, el del 2007 identificó sólo 175 explotaciones agropecuarias con ventas anuales iguales o superiores a UF100.000, de un universo total de 269.315, es decir, el 0,1% del total se podía considerar una empresa agropecuaria “grande”. Una atomización similar encontramos en las empresas exportadoras de cada sector agroindustrial, con también un puñado de empresas “grandes” dominantes. Al parecer en Chile tenemos sobre población de descendientes de David, o nuestras políticas se han enfocado en elaborar mejores resorteras, y recortar el tamaño o reducir el grosor del acero de las espadas que usan los Goliat del sector agropecuario.
La importancia del fomento del desarrollo de las pymes no se pone en cuestión, como semillero de innovación, base fundacional de las futuras grandes empresas, y red de proveedores de productos y servicios relacionados, pero no como modelo para potenciar la competitividad de Chile en el sector agropecuario internacional. Fuera de nuestras fronteras se compite con escalas, calidad continua, marcas, servicio de posventa, tecnología de punta, inocuidad, logística eficiente, espaldas financieras. Cuando no se cuenta con estos atributos se pone en riesgo no sólo el prestigio de la empresa exportadora, sino también el de nuestro país.
El 21 de noviembre próximo tendremos las elecciones presidenciales en Chile. Sería bueno ver en los programas medidas para potenciar y no mermar la competitividad del sector agropecuario de Chile. Inversiones públicas en recursos hídricos, infraestructura portuaria y carreteras, garantizar la mantención de los tratados de libre comercio, subsidiar todas aquellas inversiones que permitan sumar tecnología e información al agro, legislación que regule con eficacia la seguridad alimentaria de lo que sale de Chile al exterior, una carga tributaria competitiva internacionalmente. Es tiempo de que alguien le de la importancia debida al poderoso Goliat para que salga a conquistar mercados para Chile.
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